El Faro, de Simon Hunter. La mejor escena de suspenso que vi.
3 minutos de lecturaPor César Arturo Humberto Heil.
Si tuviera que elegir la mejor escena de suspenso que he visto últimamente, seguramente elegiría una del film El Faro, del director británico Simon Hunter. El film rodado en 1999 cuenta la historia de un grupo de empleados carcelarios que, a principios del siglo XX, trasladan a varios reos en barco hacia una cárcel. En medio del traslado se enfrentan a un banco de niebla y sufren un accidente náutico que los obliga a recalar en el faro de la costa, sin saber que hasta allí ha llegado también Leo Rook, (Christopher Adamson) un violento asesino serial que ha escapado de la cárcel.
La escena en cuestión es realmente formidable, desde todo punto de vista. El capitán del barco, interpretado por el actor Paul Brooke, es un hombre borracho que sube al entrepiso para ir al baño. Se saca una especie de bufanda blanca que lleva, enrollada en su cuello, la coloca en el suelo y se dispone a usar el sanitario. El lugar tiene varios retretes con puertas de madera. Mientras está haciendo sus necesidades oye pasos que suben por las escaleras. Observa por debajo de la puerta del retrete y ve unos zapatos blancos (característica que identifica al asesino). Luego unas gotas de sangre caen sobre los zapatos.
El capitán se asusta y trata de no ser descubierto. Se sube al inodoro y espera a que el violento el criminal se vaya. El asesino deambula por el baño, parece no haber detectado la presencia del capitán. El hombre en el baño, suda por el terror que le provoca la situación.
De pronto, el capitán hace un involuntario movimiento con su brazo y un frasco de desodorante en aerosol que está sobre una repisa cae al suelo. La cámara sigue su caída, lo hace en cámara lenta. El miedo se acrecienta, los nervios se tensan. El objeto cae sobre la bufanda, apagando así el ruido. Primer suspiro, ahora respiramos aliviados.
El asesino no se da cuenta de que hay alguien escondido dentro del retrete. Comienza a irse del baño. Desciende lentamente por la escalera caracol, peldaño a peldaño. Lo hace lentamente, como si cada paso fueran cien. El hombre dentro del retrete suspira aliviado, se asoma y ve como el sádico criminal baja por la escalera. Se prepara para irse en cuanto pase el peligro. Instintivamente toma la bufanda sin darse cuenta del objeto que hay sobre ella. Al tomarla, el tubo del aerosol rueda por el piso hacia la boca de la escalera. Leo todavía está bajando, eternizado en ese descenso. El objeto, rueda y rueda, parece que nunca va a llegar. El tiempo se detiene. El aliento también.
En el retrete el hombre ruega a Dios que el tubo del aerosol no caiga al vacío. Milagrosamente, el objeto metálico se detiene en el borde del oscuro hueco. Leo continua su lento descenso, sin advertir nada. Segundo suspiro. Todo está por terminar de la mejor manera. El hombre salvará su vida.
De repente, una violenta ráfaga de viento abre la ventana del baño y le da al aerosol ese empujoncito que le faltaba para caer escaleras abajo. El tubo, movido por la gravedad, cae y rebota en cada peldaño. El sonido de sus golpes son el presagio de una muerte inevitable. El capitán dentro del retrete no puede esta vez salvar su vida.
Genial escena de suspenso, me saco el sombrero y aplaudo de pie a Simon Hunter y a Craeme Scarfe, creador de la historia, por tan perfecta y bella escena de suspenso que crearon y por la magnífica puesta en escena del director Hunter.