Movimiento iconoclasta. Desmaterialización y deconstrucción de las imágenes.
10 minutos de lectura
Por César Arturo Humberto Heil.
Bienvenidxs a una nueva nota de Revista Sincericidio.
El poder de las imágenes.
Es insoslayable que las imágenes tienen un fuerte poder sobre las sociedades y sus actores. Esto queda demostrado en que a lo largo de los siglos la iconografía religiosa ha sido víctima de los Iconoclastas, un grupo de personas que en forma de “turba” ingresaban a las iglesias con la intensión de vandalizar y destruir cualquier vestigio iconográfico por considerarlos “peligrosos” para las personas.
Pero revisemos algunos textos que nos van a ayudar a introducirnos en el tema. El primer texto, y sin duda uno de los más significativos, es El paisaje mediático. Sobre el desafío de las poéticas tecnológicas, de Arlindo Machado, quien ya en el capítulo uno “El cuarto iconoclasmo y otros herejes” nos dice lo siguiente: “De tiempo en tiempo la historia de la cultura humana retoma cíclicamente un brote de iconoclasia que se manifiesta bajo la forma de un horror a las imágenes” (…) “y de la destrucción pública de todas sus manifestaciones materiales” (2000-2).
Esta incontrolable masa humana cometía sus actos de destrucción de imágenes como una manifestación violenta en repudio, a lo que ellos consideraban, “reproducciones profanas”. Su accionar se ha reproducido lo largo de los siglos en distintas partes del mundo, pero fue Europa el lugar en donde se cobraron la mayor cantidad de “victimas” y donde mejor ejercieron su virulencia icónica.

El período Bizantino tuvo su brote iconoclasta cuando se desató un conflicto por las imágenes que afectó de manera significativa a la vida social de Constantinopla. En ese contexto, la iconoclasia no consistió en un mero rechazo, sino en la destrucción de las representaciones sagradas como política religiosa adoptada por el emperador León III, quien quiso hacer efectiva su intención de purificar la vida religiosa considerando el culto a las imágenes como una práctica de idolatría que otorgaba a las mismas imágenes un valor sobrenatural. Los íconos llegaban a convertirse en una suerte de “objetos mágicos” con cualidades milagrosas propias, en lugar de considerarse simples representaciones para la adoración de la verdadera y única deidad.
“Las imágenes religiosas y retratos existían desde mucho antes de la cristiandad, y continuaron en la era cristiana. Pero la fusión de retratos sagrados con la presencia real de personajes santos, un vínculo aceptado para reliquias de fines del siglo cuarto se produjo poco antes de la primera agitación del movimiento iconoclasta a principios del siglo VIII, y la iconoclasia respondió a esto reuniendo a un amplio conjunto de cuestiones aparentemente diferentes en un mismo paquete ideológico” (John Haldon 2009 -2)

Durante la guerra civil española, las tropas anti Franco vieron en el iconoclasmo una forma de violentar y socavar el poder que ostentaba el generalísimo al atacar a las iglesias católicas, bastión ideológico del poder Franquista, al destruir todo ícono religioso y borrando con ese accionar cualquier vestigio de arte religioso.
“Lo que más define a los iconoclastas según esta propaganda, más allá de un desprecio por el arte que para los redactores de los panfletos debe escandalizar a cualquier persona culta sea cual sea su ideología, es su irreligiosidad. Esto tiene muchas implicaciones para los franquistas. En primer lugar, el anticlerical es un ateo sin alma, lo que necesariamente lo convierte en un ser despiadado. En segundo lugar, quien no es católico no puede ser considerado español, un razonamiento que arranca de los ultramontanos antiliberales del siglo XIX y que alcanza ahora su apoteosis como doctrina del nuevo Estado.” (Juan Manuel Barrios Rozúa 2008 – 187).
Durante siglos, la idea de que las imágenes son portadoras de alguna forma de representación maligna ha permanecido en estado latente y cada tanto se produce algún tipo de vandalismo con relación a las imágenes. Según Arlindo Machado, actualmente estamos transitando el cuarto período de violencia iconoclasta y en unos de los pasajes de su ensayo expresa lo siguiente: “Los nuevos iconoclastas pregonan que las imágenes, a partir de mediados de este siglo, comenzaron a multiplicarse en progresión geométrica: ellas están presentes en todos los lugares, invaden nuestra vida cotidiana. inclusive nuestra vida más íntima. influyen en nuestra praxis con su pregnancia ideológica, apartan a la civilización de la escritura, erradican el gusto por la literatura, anunciando un nuevo analfabetismo y la muerte de la palabra” (Alindo Machado 2000-7).
¿Será realmente así? ¿Las constantes irrupciones de imágenes en nuestra vida diaria representan una virtual amenaza para la literatura, la escritura y la lectura al punto de atacarlas como lo hacían en la edad media?
En mi opinión, Machado exagera al poner a los nuevos iconoclastas como acérrimos defensores de texto escrito por sobre las imágenes. Creo que están lejos de convertirse en los actuales herederos de los enardecidos destructores de íconos de antaño. También creo que por más imágenes que existan, se multipliquen como bacterias e inunden nuestras vidas, el texto escrito, la palabra y los libros van a seguir existiendo por una simple razón, son lenguajes distintos, con la ventaja de que son compatibles y pueden juntarse sin ningún problema.

Si uno observa con mayor profundidad este fenómeno, va a encontrar una cantidad de similitudes con lo que les sucede actualmente a las imágenes, las cuales están constantemente bastardeadas, intervenidas y puestas en permanente discusión por la “masa invisible” que habita el ciber espacio, quienes, como los iconoclastas del pasado, destruyen todas aquellas imágenes disponibles, pero esta vez a modo de rebeldía creativa.
En algunos casos, existen intenciones manifiestas de desprestigiar el origen de la fotografía para recrear un nuevo contexto, que le dé rienda libre a sus fines más espurios, como puede ser atacar a un candidato presidencial en plena campaña electoral.
La viralización de esa imagen despegada de su verdadero contexto es la mejor vía para que las masas anónimas desinformadas y muy proclives a creer que todo aquello que circula por las redes sociales es veraz, hagan el trabajo sucio. En tan solo minutos, la imagen original ha sido violentada y ultrajada como lo eran los íconos religiosos en la antigüedad.

El objetivo final de estos “nuevos iconoclastas” es otro, subvertir cualquier iconografía, sea pictórica o fotográfica con el único propósito de reinterpretarlas, deconstruirlas y reelaborarlas para luego dotarlas de otro sentido semiológico totalmente distinto al original y acorde un propósito determinado.
Es quizá Jean Baudrillard uno de los teóricos que más ha vandalizado a las imágenes a través de sus escritos. En sus textos las ha considerado “diabólicas”, “profanas”, “inmorales”, “perversas” y “pornográficas”. Sus enredadas teorías sobre la hiperrealidad y la simulación han dado pie a ideas como la que inspiró a los por entonces hermanos Wachowsky para su película Matrix.
El iconoclasmo en el cine.
El sentido de la iconoclasia cambia radicalmente cuando hablamos de cine. Ser un director iconoclasta es sinónimo de revolucionario, de visionario y no de un destructor de las imágenes como sí lo eran aquellos que antiguamente buscaban quitarles toda carga simbólica e icónica a las pinturas religiosas.
El cine tiene una larga lista de directores que por el uso que les han dado a las imágenes son considerados genios iconoclastas, pero de todos ellos solo voy a referirme a dos que considero son un verdadero ejemplo de un cine marcado por un estilo personal e indiscutible, en donde la subversión de sus imágenes se destaca en cada uno de sus films.
Uno de los principales realizadores catalogado de ser un iconoclasta y que formó parte de la corriente surrealista surgida en Francia en la década del 1900, fue el aragonés Luis Buñuel (1900-1983), creador de grandes films como Un perro Andaluz (1929) y El ángel exterminador (1962).

Buñuel inició sus estudios de bachillerato en el Colegio de El Salvador de los Jesuitas, en Zaragoza, y posteriormente en la Escuela Especial de Ingenieros Agrónomos de la Moncloa y en la Universidad Central de Madrid, donde estudió Filosofía y Letras. Durante esa época se interesó también por la Entomología, disciplina que sería determinante para su posterior visión artística.
Ingresó en la Academia de Cine, en París, donde comenzó a trabajar como asistente del reconocido realizador Jean Epstein (1897-1953). También se dedicó a la crítica de cine en las revistas La Gaceta Literaria, de Madrid, y Cahiers d’Art, de París. Posteriormente se sumó al movimiento surrealista, de cuya influencia surgieron sus primeras películas Un perro andaluz (1929) y La edad de oro, (1930), en colaboración con el artista plástico catalán Salvador Dalí.

La narrativa de Luis Buñuel está siempre mezclada con imágenes oníricas, las cuales están muy estrechamente ligadas a su vez con una crítica social sutil y radical del Franquismo, que lo ha llevado a fustigar activamente a la burguesía y la religión.
La carga alegórica de su cine se ve reflejada en la inolvidable escena de la rebanada del globo ocular en Un perro Andaluz, o en los crudos, pero a la vez poéticos planos del documental Las Hurdes, tierra sin pan (1933).
Entre los films más destacados de Buñuel están La edad de oro (1930), Los olvidados (1950), Nazarín (1959), Viridiana (1961) y El discreto encanto de la burguesía (1972).
Luis Buñuel fallece un 29 de julio de 1983 en la ciudad de México, durante su etapa de exiliado.

El otro director al que considero un iconoclasta, imposible de no estar en la lista de los mejores, es el británico Ken Russell (1927 – 2011). Nacido en Southampton, Reino Unido, bajo el nombre de Henry Kenneth Alfred Russell, desde muy joven se mostró como un artista controvertido cuya genialidad lo ha llevado ser amado y odiado casi en la misma medida.
Obsesivo por la estética, este eterno provocador ha utilizado el cine como una herramienta para exorcizar sus demonios internos, volcando toda esa carga de vacío existencial en una catarata de imágenes alucinantes originadas en el campo de lo onírico, que se asemejan a un viaje lisérgico propio de la década en la que brilló.
Ken Russell ha dedicado los años de su juventud a crear importantes documentales sobre músicos clásicos para la BBC de Londres, dejando un importante legado en la televisión inglesa con importantes biopics de los más destacados músicos clásicos como Claude Debussy, Béla Bartók y Sergei Prokofiev. Su influencia en este campo ha sido fundamental para la renovación del cine documental británico.

Esta pasión por la música lo ha llevado a que gran parte de su filmografía este vinculada con el musical, género en el que se destacó con films como The Music Lovers (1970), película en la que el director utiliza toda su magia para humanizar la figura del compositor ruso Piotr Illich Tchaicovsky. El film narra el fin de los días del músico a través de una serie de flashbacks musicalizados con obras del propio Tchaicovsky y osadas imágenes oníricas mezcladas con un tono romántico.
Mahler (1974), film que llevará a la fama al actor Robert Powell, es un largometraje que utiliza una narrativa similar a la de The Music Lovers y que cuenta la vida del músico a través de los recuerdos de su época como viajero. A lo largo de este impresionante viaje nos encontramos con una obra melancólica, en la que no faltan las escenas oníricas para reflejar la infancia del compositor, su conversión al catolicismo, su fracaso matrimonial y la tragedia alrededor de la muerte de su hija.

Lisztomanía (1974), es la historia de la relación musical entre Liszt y Wagner. Aquí Russell aprovecha para hablar sobre la lucha entre el bien y el mal, la música clásica y el rock, el surgimiento del nazismo y su contaminación en la música, todo esto sin dejar de lado su fascinación por las fuertes imágenes sexuales y religiosas. Nada parece detener la frenética imaginación de Russell. Así surgen la figura del Papa, interpretado por el Beatle Ringo Starr, un Wagner zombie y un cohete espacial que utiliza Liszt para huir. Todos estos elementos, casi fuera de contexto, son totalmente disruptivos y hasta podríamos decir estrafalarios, dentro de una historia que de por sí está llevada al paroxismo más extremo.
Dentro de la filmografía de Ken Russel sobresalen The devils (1971), Tommy (1975), Altered States (1980), Crimes of Passion (1984) y Gothic (1986).

Ken Russell fallece un 27 de noviembre de 2011 en la ciudad de Londres, Reino Unido.
Como mencioné anteriormente, existe una lista de directores a los que se los puede considerar iconoclastas, dentro de los cuales están Jean Luc Godard, Federico Fellini (1920-1993), Pier Paolo Pasolini (1922-1975), Marco Ferreri (1928-1997), David Lynch y Leos Carax, entre otros.
Conclusión.
Mientras existan las imágenes y más teóricos que sigan la línea del simulacro que platea Jean Baudrillard, los movimientos iconoclastas van a continuar a lo largo de los años, porque como dice Arlindo Machado: “No deja de ser sintomático que el rechazo de las imágenes esté regresando con todo su furor e intolerancia en nuestro tiempo. Denominaré a esta nueva embestida como el cuarto iconoclasmo” (2000 -7).
Textos:
- Las destrucciones iconoclastas durante la Guerra Civil y su papel en la propaganda franquista. Juan Manuel Barrios Rozúa 2008 Universidad de Granada.
- Iconoclasia en Bizancio: Mitos y realidades. John Haldon 2009 University of Princeton.
- El paisaje mediático Sobre el desafío de las poéticas tecnológicas. Arlindo Machado 2000 Libros del Rojas. Universidad de Buenos Aires.
- Cultura y simulacro Jean Baudrillard 1978.
- CULTURAL. Luis Buñuel: el cine como instrumento de subversión por Víctor Vicencio.
- Ken Russell, un autor polí-ticamente incorrecto Por Liliana Sáez.