Body Cam.
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Por César Arturo Humberto Heil.
Bienvenidxs a una nueva nota de Revista Sincericidio.
La plataforma Netflix es algo así como El cambalache, de Enrique Santos Discépolo. En su catálogo encontramos a la biblia junto al calefón, es decir, podemos toparnos con algunas joyas cinematográficas como La hija perdida (2021) de Maggie Gyllenhaal o Fue la mano de Dios (2021) de Paolo Sorrentino, con otros productos que son realmente para el olvido y verlos representa una verdadera pérdida de tiempo.
Uno de ellos es el film de terror Body Cam (2022) del director Malik Vitthal, que en sus primeros minutos prometía algo interesante, pero que con el discurrir del metraje fue perdiendo originalidad para terminar en un producto más de los tantos que existen y que va derecho a engrosar las interminables filas de residuos fílmicos.
¿Dónde estará ese basurero? ¿Alguien se encargará de quemar toda esa basura? Preguntas que me hago y que son motivo de otro artículo. Vayamos a lo que importa.

La historia se centra en Renee Lomito (Mary J. Blige) una mujer policía que acaba de ser reincorporada luego de haber sufrido la muerte de su hijo y que, todavía, muestra secuelas de estrés postraumático que la perturban en forma de pesadillas.
En su regreso al ruedo, Renee debe patrullar las calles junto con su nuevo compañero, el oficial Danny Holledge (Nat Wolff). En uno de los llamados al radio policial acuden a ver qué ha sucedido con la patrulla del oficial Kevin Ganning (Ian Casselberry) que no responde a los llamados de la central y que a su vez es amigo de Renee.
Lo que encuentran allí es terrible, el cuerpo del oficial Ganning ha sido violentamente mutilado y empalado en un edificio, a varios metros de altura. La situación no encaja con ningún patrón de asesinato normal y eso desorienta a todos, especialmente a Renee, quien revisa los registros de las cámaras en la computadora del vehículo policial y lo que ve la deja totalmente asombrada. El oficial Kevin ha detenido una camioneta sin patentes y de ella baja una extraña mujer. Luego de una interferencia en el video, el oficial vuela por los aires para caer unos segundos después sobre el capó del patrullero, totalmente ensangrentado.

A partir de este terrible asesinato, Renee decide seguir sus instintos e investigar qué fue lo que le sucedió a su amigo. Hay un dato, solo ella puede ver la grabación, el resto de los oficiales no pueden ver nada.
Lo que sigue es una sucesión de situaciones en donde la oficial Renee, al seguir la pista de la misteriosa mujer, se va a encontrar con un extraño y oscuro ser paranormal, ávido de hacer justicia desde el otro mundo contra algunos de sus compañeros policías. Renee se obsesiona con averiguar qué hay detrás de estos horrendos homicidios y qué relación tienen con la extraña mujer, una enfermera llamada Taneesha Branz (Anika Noni Rose) que también ha perdido a su hijo adolescente en situaciones no muy claras.
Del director Vitthal podemos decir que este es su segundo largometraje, siendo el primero Imperial Dreams (2014) que también está disponible en la plataforma Netflix. En Body Cam se nota la falta de oficio para manejar el género con el pulso y el nervio necesario para que el espectador se aferre a la butaca del cine o al sillón de su living. El guion, escrito por Nicholas McCarthy y Richmond Riedel no le da una mano para salir de la mediocridad y la monotonía. Tampoco ayuda un reparto deslucido, en especial la actriz Mary J. Blige, que no suelta su mueca de dolor por la muerte de su hijo durante todo el filme, convirtiendo al personaje de Renee en una caricatura ridícula.

Con escenas que apenas aprueban con la nota mínima y otras que se van derecho a marzo, Body Cam resulta un producto bastante flojo, que nunca alcanza a cubrir las expectativas mínimas de los fans del género y que pasará al anonimato a los pocos minutos de terminar su visionado.
Si quieren echarle un vistazo pueden hacerlo, pero después no digan que no les avisé.
Calificación: mala.