The Quiet Girl.
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Por Daniel López Pacha.
Bienvenidxs a una nueva nota de Revista Sincericidio.
La Chica Tranquila, película de drama familiar dirigida y escrita por Colm Bairéad y hablada principalmente en irlandés. Basada en la novela “Foster” de Claire Keegan. Con fotografía de Kate McCullough, música de Stephen Rennicks, edición de John Murphy. Filmada en Dublín, en el condado de Meath, incluido Summerhill, Moynalvey en Fagan’s Pub, Curraghtown, Garlow Cross, Trim y Clonymeath.
Premios: Festival Internacional de Cine de Berlín (Gran Premio del Jurado Internacional en Generation Kplus, Mención Especial del Jurado Infantil), Festival Internacional de Cine de Dublín (Mejor película irlandesa, Premio del Público, Premio al descubrimiento de Aer Lingus), Premios IFTA de Cine y Drama (Mejor película, Mejor director, Mejor actriz, Mejor edición, Mejor diseño de producción, Mejor Fotografía, Mejor música original, Premio Screen Ireland), Festival de Cine de Taipéi (Premio elección del público).

Protagonizada por Carrie Crowley (Eibhlín Cinnsealach), Michael Patric (Athair Cháit), Catherine Clinch (Cáit), Andrew Bennett (Seán Cinnsealach), Carolyn Bracken (The Woman), Kate Nic Chonaonaigh (Máthair Cháit), Joan Sheehy (Úna), Norette Leahy (Múinteoir Deirdre).
Sinopsis: En una localidad rural de Irlanda durante el año 1981, una niña callada, dulce y desatendida, es enviada lejos de su familia disfuncional para que viva con unos padres de acogida durante el verano. La niña comienza a florecer bajo su cuidado, pero en esa casa donde se supone que no hay secretos, ella descubre uno.

La película es totalmente reflexiva, se siente lo espiritual que hay en ella, y las emociones que no se guarda. Se puede ver en el montaje del experimentado John Murphy que construye su obra con una precisión que va suavizando esta historia de ritos de iniciación. Evidentemente, esta es una película serena, pero que habla en grandes dimensiones.
Se puede ver el gran trabajo de Kate McCullough, que es una de las mejores directoras de fotografía irlandesas de su generación, ella se arriesga a mostrarnos contrastes sorprendentemente dramáticos entre las luces y las sombras en sus imágenes de sazón académica. Este nivel visual, que transmite perfectamente, se puede ver cuando crea un marcado contraste entre el brillo del hogar donde viven Eibhlín y Seán y la sombría paleta de colores de la decrépita casa de Cáit. El final es muy conmovedor, donde puede llevar a los espectadores a considerar sobre lo que significa efectivamente la paternidad, y lo importante de lo que es el amor para que los niños puedan construir su propia identidad. La música del compositor Stephen Rennicks, es la cereza del postre, fascinando al público con una banda sonora excelente y muy emotiva.

En síntesis, es una obra extraordinaria, con un excelente trabajo de sus protagonistas, totalmente dulce en su narrativa visual. Es un apacible poema sobre el dolor, la tristeza y el aprendizaje para encontrar la madurez, contado de una forma empática y con cuidado por su director.
No soy de calificar una película, pero esta es una joya, muy buena para disfrutar y pensar sobre los sentimientos en la niñez.