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Viernes 13: slasher en estado puro

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Bienvenidos a una nueva nota de Revista Sincericidio. Estamos en pleno verano y, para darle rienda suelta a nuestro Summer Mode, pasaré a comentarles acerca de un clásico dentro del cine de terror que transcurre en verano. Si bien le antecedían obras maestras como Psicosis o Halloween (o algún que otro giallo italiano), tuvo que ser Sean S. Cunningham el que pusiera las cartas sobre la mesa con Viernes 13 y propiciara la moda más imponente de los años ’80 en el cine.

Por Guillermo Martínez

Halloween había fundado un nuevo subgénero, el slasher, y se había convertido en un clásico por derecho propio. Después de eso, decenas de películas salieron a la luz. Muchos vieron las posibilidades que había de ganar unos cuantos billetes a costa del psicópata que deleitaba a los jóvenes en los autocines americanos. Pero lo que podía haber sido simplemente una moda pasajera o el típico movimiento reflejo del cine de explotación (aquel que hacía copias descaradas de Mad Max, Alien o cualquier cosa que tuviera el más mínimo éxito), se convirtió en todo un género en sí mismo, cuando Sean S. Cunningham decidió copiar de punta a punta el film de Carpenter, pero añadiéndole sangre y más sustos.

Con Viernes 13 (y su éxito), el slasher pasó de ser una anécdota en la historia del cine, a transformarse en un fenómeno que arrasaría a lo largo de toda una década, como fue la de los ’80.
Dicho esto, una vez más la reivindicaré como una película fundamental dentro del cine de terror, que no en vano inició la moda y que a tanta gente impactó en su momento (y aún lo hace).

Viernes 13 ha sido criticada y apedreada sin piedad. ¿Razones? Las de siempre; que si fue un producto prefabricado, que si los diálogos son idiotas, que los actores son nefastos o los sustos fáciles. No importa. Todo el mundo que disfruta de los films de terror debe admitir el valor de Viernes 13.

Si hablamos del film en concreto, vemos que con ese inicio con la luna sobre Crystal Lake en 1958, nos adentramos en la leyenda. Una parejita se aleja del grupo para tener sexo y alguien los asesina. 20 años después, el campamento que fue cerrado se reabre y resurge la pesadilla. Tan simple como eso.

Con los FX de Tom Savini, la banda sonora de Harry Manfredini (muy influenciada por Psicosis y Suspiria) y el guion simple pero efectivo de Victor Miller, nada podía fallar.
Sean S. Cunningham, hasta ese momento, no había hecho nada destacable como director, pero en este caso la pasión y las ganas se sobrepusieron. No es un artista, desde luego, pero qué placer nos regaló. El uso de la cámara subjetiva es una idea más que acertada y hace más fascinante el visionado de este clásico.

Así, gracias a Viernes 13, lo que eran docenes de copias de Halloween, pasaron a ser cientos de copias de Viernes 13, y el slasher vivió su era dorada al calor de la saga de Jason Voorhees. La película arrasó, entre otras cosas, porque era mucho más simple y esquemática que la película de Carpenter, y por lo tanto más fácil de emular. Viernes 13 no anduvo con vueltas y ofreció lo que la gente quería: sangre.

Una película llena de porros, cervezas y sexo no aburre, y menos con escenas tan gráficas y sangrientas. A destacar, la escena del asesinato en las duchas, o cuando una de las chicas pregunta por la “Vitamina C” en una de las conversaciones refiriéndose metafóricamente al semen humano.

Un último aporte. Lo de la madre obsesionada por el hijo es como la historia de Psicosis pero al revés. Un curioso detalle que seguro servirá a más de uno para seguir diciendo que Viernes 13 es un plagio de los clásicos del slasher histórico (me incluyo). Igualmente… ¿a quién le importa? A mí no.

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