Directores Controvertidos | Hoy: Lucio Fulci
13 minutos de lecturaBienvenidxs a una nueva nota de Revista Sincericidio y a un nuevo episodio de Directores Controvertidos. Si tenemos que hablar de uno de ellos, más odiado que amado y al que le censuraron la mayoría de sus películas por su contenido violento y sangriento, ese es Lucio Fulci (nació en Roma, Italia el 17 de junio de 1927 y murió en Roma, Italia el 13 de marzo de 1996). Fue un director, guionista y actor italiano. Luego de estudiar medicina, optó por la carrera cinematográfica, en donde trabajó en una gran variedad de géneros en Italia. A principios de 1970 eligió desenvolverse dentro de los thrillers, para luego dirigir películas del género giallo, las cuales fueron un gran éxito comercial y resultaron bastante polémicas por su violencia y su visión de la religión. Fue apodado el “Padrino del Gore”.
Un padrino dentro del gore.
“Detrás de esta puerta yacen los terribles e inefables secretos del Infierno. Nadie que los descubre vive para describirlos. Y vive en tinieblas por toda la eternidad”.
El más allá (1981)
Durante 1979 filmó su primer gran éxito, “Zombi II”, una película desmesuradamente sangrienta de zombies. Con esto quiso tratar de igualar a la popular “Dawn of the Dead” (1978) de George A. Romero, la cual fue titulada en Italia como Zombi. Le siguieron varias películas de terror y sobrenaturales, la cuales en su mayoría incluían zombies.
Sus películas fueron catalogadas por algunos críticos como las más violentas y de gore jamás hechas. “Paura nella città dei morti viventi” (La ciudad de los muertos vivientes, 1980), “…E tu vivrai nel terrore! L’aldilà” (El más allá, 1981), “Quella villa accanto al cimitero” (Aquella casa al lado del cementerio, 1981), y “Lo squartatore di New York” (El destripador de Nueva York, 1982). Estos fueron algunos de sus grandes éxitos durante este tiempo. Todas las películas mostraban grandes dosis de sangre y crueldad.
Dentro de su cine se mezcla a Lovecraft, con el giallo, los zombies y mucha psicodelia, con imágenes explícitas. A veces no responde a un hilo narrativo explícito, pero a medida que va subiendo niveles nos regala muchas endorfinas, y sorprende. Dentro de su filmografía hay grandes obras, pero también muchas de ellas pueden ser olvidables y decepcionantes. Como “Manhattan Baby” (La niña de Manhattan, 1982) o “Daemonia” (Demonia, 1990). Pero tiene otras como “The Psychic” (Siete notas en negro, 1977) o “House by the Cementery” (Aquella casa al lado del cementerio, 1981) que son auténticas joyas.
Lucio Fulci fue uno de los pocos directores, quizá junto a Lamberto y Mario Bava, que pudo rivalizar con el popular y premiado Dario Argento, para ser catalogado como el gran maestro del “giallo” (género de suspenso y terror italiano que tiene elementos de misterio o detectives y a menudo contiene elementos del slasher, el crimen, el thriller psicológico, el terror psicológico, el cine de explotación y con menor frecuencia, del terror sobrenatural).
A pesar de que la filmografía más célebre de Lucio Fulci está asociada con el gore, el terror psicopático y lo sobrenatural, Fulci no accedió a semejante temática hasta bien iniciada la década de los setenta. Primero fueron las comedias de corte tosco e hilarante como “I maniaci” (Los mangantes, 1964), luego los spaghetti western sanguinarios “Le colt cantarono la morte e fu… tempo di massacro” (Las pistolas cantaron la muerte, 1966) o las turbias incursiones en el cine erótico con “La pretora” (La juez y su erótica hermana, 1976). Todas ellas formaron un variado campo de aprendizaje. Un terreno de ensayo, que alcanzó su punto culminante cuando Lucio Fulci descubrió el giallo, a finales de los sesenta.
Fulci filmó una de sus obras más relevantes, e injustamente infravaloradas, la polémica “Betrice Cenci” (1969). Esta película ambientada en la Italia del siglo XVI no le gustó a la Iglesia Católica, la cual intentó vetar, por considerarla demasiado crítica con el dogmatismo religioso. Esto hizo tambalear la carrera del entonces cineasta emergente. El citado revés promovido por el Vaticano animó al romano a internarse por el gore.
Ya a comienzos de los años ’70, la trilogía de giallos sobre animales de Argento propicia una avalancha de producciones del mismo corte. Cumpliendo Fulci con ello lanza “Una lucertola con la pelle di donna” (Una lagartija con piel de mujer, 1971). En esta película el director acabó frente a un tribunal acusado de maltrato animal tras el estreno de su película, pero finalmente se demostró que los animales eran falsos.
En “Non si sevizia un paperino” (Angustia de silencio, 1972), Fulci combina la crítica social con una gran dosis de violencia explícita y erotismo. La ambientación rural y las relaciones malsanas en un pueblo de Italia suponen uno de los mejores ejemplos de este género, sin olvidar el desenlace que desafía de nuevo la paciencia de la Iglesia.
Las acusaciones de machista que recibía a lo largo de su carrera eran persistentes. Fulci habituaba refutar que la forma más fácil de encaminar a un chico por el desprecio hacia los valores de la mujer era llevarlo a misa. La Iglesia atacaba su cine, mientras que en sus películas los personajes femeninos solían ser las víctimas favoritas de los crímenes más tortuosos y enfermizos existentes.
Luego de un tardío spaghetti, “I quattro dell’apocalisse“ (Los cuatro del apocalipsis, 1975), película realmente singular, Fulci entendió que el subgénero estaba muerto y varias comedias también. Ahí llegó a un punto de inflexión.
Con “Zombi II” supone el comienzo de la etapa más reconocida de Fulci. Con el argumento de Lucio Fulci y Dardano Sacchetti (colaborador habitual de Fulci), intentan despegarse al máximo de la película de Romero, aunque la necedad de los personajes impide que la identificación con ellos pueda producirse. La película fue un éxito comercial. La conducta de los muertos vivientes en las películas de Fulci es escalofriante, van con paso lento y parecen anteponer en ocasiones el sufrimiento de su víctima a las necesidades propias de la alimentación. Con aspecto asqueroso, pútrido y casi siempre acompañado de una gran cantidad de gusanos.
La censura cinematográfica inglesa elaboró una inefable lista de los Video nasties (películas que por su alto contenido perturbador, violento o erótico no tenían distribución videográfica en las islas), la primera en caer fue una obra de Fulci, “El destripador de Nueva York” (1982). En ella muestra su particular visión del slasher más salvaje, que copaba la producción del género en esos años. Era algo bestial, con escenas de dudoso gusto por cómo se recreaba el dolor y la tortura, e irregular en su desarrollo.
Al tener un alto contenido sexual y violento fue censurada en una gran cantidad de países. Ya con esta película comenzaba un progresivo declive, anclado hasta el final en el género que le daría la fama, salvo incursiones en la espada, la brujería y el cine apocalíptico, que ningún director industrial italiano se libraría de rodar.
Intentando renovar los viejos éxitos, traería la secuela tardía de “Zombi 3” (1988), donde el rodaje en Filipinas fue tortuoso y esto le hace abandonar la producción antes de tiempo, siendo finalizada por Claudio Fragasso y Bruno Mattei, el ABC de lo peor del exploitation italiano.
Para gozar, entretenerse y disfrutar de las obras de Fulci, hay que entender que detrás de una enorme cantidad de tripas, sangre y lugares comunes del género fantástico, se halla un director con una imaginación única, con un gran sentido y habilidad para crear atmósferas extrañas y malsanas. Puras pesadillas filmadas, mostrando la violencia siempre en primer plano.
El director Lucio Fulci es quizá uno de los cineastas del terror italiano más grotescos que existe. No por nada lo llaman el “Padrino del Gore”. Y esto lo digo con todo respeto, porque es parte de su estilo y lo que transmite su cine. Él quiere perturbarnos visualmente, y en la mayoría de las veces lo logra.
Con la “Trilogía de las puertas del infierno”, se encuentran sus películas más conocidas y que mayor reconocimiento tienen. “Paura nella città dei morti viventi” (La ciudad de los muertos vivientes, 1980), “…E tu vivrai nel terrore! L’aldilà” (El más allá, 1981), “Quella villa accanto al cimitero” (Aquella casa al lado del cementerio, 1981). Con el protagónico en todas ellas de Catriona MacColl (acreditada como Katherine MacColl), todas suponen una trilogía de ambientes de Lovecraft, con una ausencia casi total de argumento y una colección de las modas imperantes en ese momento en el género de terror, que van desde los zombies pasando por las casas encantadas, y por supuesto, con mucho gore.
La Trilogía de “Las Puertas del Infierno”: Maldiciones, muertos, sangre y gore
Además de dirigirlas, Lucio Fulci escribió el guion de todas junto a Dardano Sacchetti (“1990: Los Guerreros del Bronx”, “Demons”), guionista muy habitual en el cine de Fulci.
En la trilogía no hay nada que las conecte entre ellas, aunque coinciden en algunos puntos. Sobre todo, en lo referente a la temática y parte del equipo que trabajó en ellas. En las tres películas se puede ver maldiciones y poderes ocultos que se despiertan por algún suceso violento. Hay también un gran simbolismo católico, bastante influencia Lovecraftiana y, desde luego, son muy oscuras.
En ellas se puede ver el toque del maestro Fulci, donde encontraremos una atmósfera más malsana, un horror y terror muy visceral, visualmente muy repugnante, y una violencia sin tapujos. Fulci pone todo en primer plano, deleitándonos con las escenas de sangre, entrañas, muertes violentas, y sin que falte el gore; todo está presente de principio a fin en cada una de las películas, junto a esa obsesión de que le ocurran cosas a los ojos de los personajes, ya sea que se los saquen, los muerdan, o los atraviesen con algo. Todo esto gracias a Giannetto De Rossi con sus efectos de maquillaje.
Las muertes violentas, los cadáveres putrefactos, los gusanos y las entrañas que salen desde cualquier parte del cuerpo. Toda esa podredumbre y asquerosidad, son una auténtica maravilla para los amantes del gore. De Rossi es un artesano de la muerte, sin que falte la inquietante banda sonora de Fabio Frizzi y Walter Rizzati. Ambos, una maravilla.
Como ya dije, en las tres películas está la misma protagonista, Catriona MacColl, que cada vez que interpreta a un personaje diferente se mete de lleno en cada una de las tramas. Su actuación en general es correcta, ofreciéndonos buenos gritos y miradas aterrorizantes.
La trilogía tiene muchas cosas buenas, pero también otras que no lo son tanto. Una de ellas es su narrativa y montaje algo caótico. A veces da la impresión de que son escenas puestas casi al azar, con diferentes tramas y que se intentan unir como sea.
Todo queda muy inconexo y sin explicación haciendo que, al final, el guion sea algo secundario. Pero eso sí, consigue lo que quiere: removernos el estómago con esa atmósfera tan perturbadora, casi surgida de una pesadilla en sus momentos grotescos.
La ciudad de los muertos vivientes
Sinopsis: En la ciudad de Dunwich, en Nueva Inglaterra, el suicidio de un cura convierte en realidad una vieja maldición. Las puertas del infierno se abren de par en par y liberan una horda de zombies que salen de sus criptas en busca de carne fresca.
La película empieza muy rápida con ese suicidio. Después su ritmo se calma y va aumentando poco a poco. La atmósfera es más enrarecida y las muertes cada vez más violentas. Desde luego encontramos momentos brillantes de muertes, como vísceras surgiendo de donde no deberían y ojos sangrantes. En ella se verá la influencia de Lovecraft, que ya está en el nombre de la ciudad, Dunwich.
Pero también la encontramos en ese ambiente tan desolador y que va aumentado a medida que se acerca el final que, por cierto, fue casi improvisado al perderse el material original. Tuvieron que volverlo a rodar de cualquier manera, convirtiéndolo en un final sin sentido. Aun así, es una gran película del género.
El más allá
Sinopsis: El sótano de un viejo hotel está construido encima de una puerta que da al más allá, en donde deambulan los zombies. Una joven hereda el hotel y decide renovarlo, pero terribles accidentes ocurren durante las obras. Un pintor muere, el plomero desaparece y su amigo se rompe el cuello. Ella huye a un hospital, pero la pesadilla sólo acaba de comenzar.
Desde el prólogo en sepia vemos la influencia de Lovecraft, cuando capturan y crucifican, de forma brutal, a un hombre que parece que practicar algún tipo de brujería. Eso hará que una de las siete puertas del infierno se abra. También hay un libro que tiene como título “Eibon”, que junto al “Necronomicón”, se nombra en los Mitos de Cthulhu de Lovecraft. Aquí las muertes y las escenas son más brutales y grotescas. Algunos pocos hoy en día se atreverían a rodarlas.
En esta película va a ocurrir lo mismo que en la anterior. El montaje y la narración van algo perdidas, como si fueran escenas que se rodaron porque tenía ganas de incluirlas, cosa que no tiene nada que ver con la trama principal. Lo que sí, atentos a su final. La fotografía y la puesta en escena son impresionantes.
Aquella casa al lado del cementerio
Sinopsis: Norman Boyle, un académico y padre de familia que reside en Nueva York, es asignado para investigar el extraño suicidio de un científico, un compañero suyo, llamado Dr. Peterson. Lo único que Norman sabe es que Peterson se trasladó a un viejo caserón de Nueva Inglaterra junto a su amante, para investigar a su antiguo dueño, un tal Dr. Freudstein, y que al final, Peterson mató a su amante y acabó ahorcándose.
En esta última parte de la trilogía de Las Puertas del Infierno, los protagonistas van a donde no debían. Todo empieza rápido, con el asesinato de una pareja que estaba en el viejo caserón. Las muertes en la película son brutales. Acá el cuchillo hará más acto de presencia, pero no deja de tener escenas muy interesantes.
Las locaciones, como la casa y el sótano que casi no vemos, están muy bien. Y tiene un final muy Fulci. Lo malo, es que tiene algunas líneas de diálogo que no sabemos para qué sirven, y que en el fondo muchas escenas están por estar.
En la mitad de los años ’80, el estilo de Fulci empezó a declinar. Todo se debía a que tenía problemas personales y de salud, lo que empeoró su situación. En 1984, después de haber rodado el giallo “Murderock: Uccide a passo di danza” (Murder Rock: Danza mortal), que obtuvo escaso éxito, una hepatitis imprevista obligó a Fulci a ser hospitalizado varios meses.
El cineasta pasó la mayor parte de 1984 en el hospital con una cirrosis hepática, y gran parte de 1985 en reposo en su casa. A partir de 1986, aquejado de diabetes y con Dardano Sacchetti alejado de su círculo de amigos, todo debido a disputas sobre la autoría de un guion que sería utilizado en la película “Brivido giallo: Fino alla morte” (Per sempre, 1987) de Lamberto Bava, las últimas películas de Fulci contarían con guiones muy mal elaborados, de bajo presupuesto y en condiciones miserables de rodaje, lo cual lo llevaría a que reflejaran a duras penas su estilo personal.
En 1986 regresó detrás de las cámaras con “Il miele del diavolo” (La miel del diablo), un thriller erótico de atmósfera mórbida y perversa. Un año después rodó “Aenigma” (Internado diabólico), una discreta película de terror.
Su última película fue “Le porte del silenzio” (Las puertas del silencio, 1991), la cual fue filmada en Louisiana y resultó ser un completo fracaso en taquilla. En 1993, Fulci sufre un accidente mientras filmaba una película para una compañía japonesa. Su pie es aplastado por una embarcación, que lo obliga a permanecer sin trabajar durante 3 años.
Durante el año 1994, Fulci conoce a Dario Argento en el Festival Fanta de Roma. Allí, Argento ve el mal estado de Fulci y decide ayudarlo trabajando con él en un proyecto. Ambos deciden realizar una nueva versión de “House of Wax”, titulada “Maschera Di Cera” (La máscara de cera, 1996), pero el proyecto se alarga más de lo esperado y finalmente el artista de efectos especiales Sergio Stivaletti es quien termina la película.
Lucio Fulci murió solo, durante el sueño, en su casa en Roma la noche del 13 de marzo de 1996, a la edad de 68 años, debido a complicaciones producidas por la diabetes que padecía. Su muerte estuvo rodeada de cierta controversia. Hacia el final de su vida, Fulci había perdido su casa y se había visto obligado a mudarse a un pequeño departamento. Dado que el cineasta se había mostrado abatido durante sus últimos años de vida, se pensó incluso que el hecho de no haberse inyectado la insulina que requería fue intencional y no un descuido y, por lo tanto, se trataba de un suicidio. Esta hipótesis nunca pudo ser confirmada, considerando que estaba solo en el momento de su muerte.
Al final de su vida, reflexionaba amargamente: “Los críticos llamaron a mi arte, mierda. Ahora llaman a mi mierda, arte”.
61 películas completan la filmografía de Lucio Fulci como director. Dos meses antes de su muerte, Fulci fue homenajeado en la Fangoria Horror Convention de 1996, en Nueva York.
Fulci reconoció, ante el público asistente, que no tenía idea de que sus películas fueran tan populares fuera de su Italia nativa.