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Ensalada César | Hoy: Ruido de Fondo

6 minutos de lectura

Bienvenidxs a una nueva nota de Revista Sincericidio. Hoy voy a iniciar una nueva sección, denominada Ensalada César. En ella pretendo reseñar películas un poco particulares en su construcción, tanto argumental como estilística.

Por César Arturo Humberto Heil

Pero antes de arrancar debo decir, nobleza obliga, que el nombre y la temática de Ensalada César no son de mi autoría, sino que les corresponde a los compañeros Juan Cruz Matar y Guillermo Martínez respectivamente, a quienes les estoy agradecido por impulsarme para que me meta en este lindo berenjenal de encontrar o recuperar películas que tengan como principal condimento la mezcla de estilos, géneros y otras hierbas aromáticas.

De la literatura al cine

El filme del debut es Ruido de Fondo (2022) o Ruido Blanco, como es el título original, estrenado en la plataforma Netflix. Es una película dirigida por el siempre talentoso Noah Baumbach, quien ya había realizado para el “pope” del streaming The Meyerowitz Stories (2017) e Historia de un matrimonio (2019)

El filme en cuestión es una adaptación de la icónica novela de Don DeLillo de finales de los años ’80. Ya desde el inicio, se presentaba como un gran desafío debido a los temas tan trascendentales y profundos que trata, como también la ácida y brutal crítica a la sociedad norteamericana, al consumo de sustancias toxicas, a las relaciones de parejas ensambladas y a la paranoia colectiva.

El guion escrito por el propio Baumbach es una verdadera ensalada de situaciones, temas y homenajes. Esto hace que la película no sea para todo tipo de público, en especial para el mayoritario conglomerado de usuarios de Netflix, quienes están acostumbrados a un cine más pasatista y no tan complejo.

Empieza el ruido

La historia se centra en Jack Gladney (Adam Driver), un historiador universitario especializado en la figura del dictador Adolf Hitler y su numerosa familia, compuesta por su mujer Babette (Greta Gerwin) y sus hijos Steffie (May Nivola), Denise (Raffey Cassidy), Heinrich (Sam Nivola) y Wilder, interpretado extrañamente por los hermanos Henry y Dean Moore.

Toda esa vida familiar disparatada, llena de diálogos mezclados que hacen que sea difícil seguir el ritmo, en donde se habla sobre cuestiones existencialistas y filosóficas, se va a ver afectada a partir del accidente entre un tren y un camión que transporta desechos químicos, lo que produce una violenta explosión que desprende una enorme nube de humo tóxico y que avanza sobre la urbe, haciendo que las personas deban evacuar la ciudad en medio de un gran caos.

A partir de aquí, el filme entra en una suerte de “pastiche” existencialista, donde surgen el pánico a la muerte por parte de Babette, al punto que, al no poder asumirlo, decide participar en un programa experimental con Dylat, una nueva droga para la depresión, la cual no es inocua y que, como efectos secundarios, le acarrea la pérdida de la memoria.

Pero no solo ella tiene terror a morir. También Jack piensa en la muerte, pero lo hace desde una perspectiva diferente, ya que da por sentado que pronto va a morir debido a la exposición a la nube tóxica, y es por eso que, casi como un hipocondríaco, acude al médico a pesar de no tener ningún tipo de síntoma para alarmarse.

También surgen los problemas de pareja, como la infidelidad. Babette, para poder continuar tomando Dylat, se acuesta con el doctor Gray (Lars Eidinger), desarrollador de la droga, en una clara alusión a lo que llevan las adicciones.

Un poco de contexto

Aquí hay que hacer un punto y aparte para referenciar el contexto en el que se desarrolla la historia. Estamos en los años ’80, pleno gobierno de Ronald Reagan. Las drogas duras como la cocaína, el LSD y el crack empezaron a circular por las calles de los barrios negros marginales, cuando la CIA decidió financiar la campaña en contra del régimen comunista de Augusto César Sandino en Nicaragua, comprando y comercializando drogas que luego distribuyó en los barrios humildes de gente afroamericana. Esto provocó una terrible epidemia de crack con nefastas consecuencias hasta la fecha.

Los experimentos militares secretos con nuevas drogas para dominar la mente del enemigo, realizados a soldados y a civiles como el infame MK Ultra, ya habían trascendido en los medios y era vox populi. El americano promedio empezaba a cuestionar el oscuro accionar de sus gobernantes.

Las guerras de Corea y Vietnam habían hecho estragos en una generación de jóvenes que regresaban en cajones o mutilados, y los movimientos antibélicos, que habían surgido en los años ’70, comenzaron a copar masivamente las calles pidiendo por la paz. Ya no eran un grupo de hippies drogones, sino que era una gran parte de la sociedad americana la que ahora salía a reclamar.

Para el fin de la guerra fría quedaba todavía más de un lustro. Las tensiones entre Estados Unidos y Rusia continuaban, y la amenaza de una escalada nuclear dominaba la escena.

La paranoia imperante en la sociedad de esa época era continua, al punto que drogas para tratar la ansiedad y los miedos, como el Prozac, aumentaron notablemente su prescripción y consumo durante esos años.

Sin identidad de género y moralmente cuestionable

Es en esa sociedad desquiciada de la que hablé en el apartado anterior, al borde de un abismo contracultural y político, en donde la novela de DeLillo se desarrolla y es donde Baumbach pone el acento. El problema está en la dinámica del filme, la cual es tan caótica que aturde y confunde como el ruido blanco al que hace mención su título.

Después de ver Ruido de Fondo uno no sabe exactamente qué es lo que estuvo viendo. Por momentos el filme es una estupenda sátira sobre los temas antes mencionados, por otro es una comedia familiar al estilo Vacaciones (1983). La escena del auto saltando desbocado para caer en el río, es un claro ejemplo. En otro momento, muta en una película de cine catástrofe al estilo Tornado (1996), para luego cambiar a un drama intimista y matrimonial y continuar como un thriller al estilo Brian De Palma, hacer una dura crítica a la religión cristiana y finalizar con un musical inentendible en un supermercado mientras ruedan los títulos finales.

Atendiendo a todos estos cambios de géneros, uno puede notar cierta influencia del director Wes Anderson. Baumbach colaboró como guionista en varias películas de Anderson, pero también uno puede inferir que es parte de un cine con aires de postmodernismo tardío.

Además de la cuestión de la mixtura de géneros, de la cual no estoy en contra y que considero muy elogiable, especialmente cuando están bien unificados, lo que resulta en verdaderas joyas como Ghost (1990), Ruido de Fondo tiene algunas líneas de textos moralmente cuestionables hoy en día. Claros ejemplos son los parlamentos de Jack sobre Hitler y Elvis o cuando el profesor Murray (Don Cheadle) en medio del caos provocado por la nube tóxica, le dice que matar a otra persona es quizá una forma de no morir, justificando así el asesinato de un ser humano.

Conclusión

Ruido de Fondo es un filme ecléctico, cargado de diálogos absurdos y un humor demasiado intelectual, como cuando los hijos hablan sobre las jorobas de los camellos o cuando el doctor Gray después de recibir un disparo por parte de Jack empieza a delirar diciendo una serie de frases inentendibles y sin sentido, las cuales aluden a un delirio místico provocado por alguna sustancia de tipo alucinógena. Toda esta conjunción de situaciones absurdas y disparidad de géneros y textos rebuscados, hacen que la película termine embotando al espectador, lo que lo lleva inevitablemente a la reflexión final de ¿qué mierda estuve viendo?

Disponible en: Netflix

Calificación: Regular

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