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June y John: Totalmente salvaje

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June y John

Bienvenidxs a una nueva nota de Revista Sincericidio. Hay películas que son pequeñas, sin grandes presupuestos, sin actores consagrados y con el espíritu del cine independiente, pero que, después de verlas, dejan el sabor de haber presenciado una producción que nos toca profundamente. Es el caso de June and John (2025) de Luc Besson: una película que, en su sencillez, me hizo reflexionar sobre lo esencial que es vivir con intensidad, sin dejar que la rutina nos adormezca.

Por César Arturo Humberto Heil

El director de El perfecto asesino (1994) propone aquí un recordatorio de cómo gestionamos nuestras vidas sin detenernos a pensar. Entre el trabajo esclavo, los problemas familiares y el salvajismo social, cuando aparece algo disruptivo que nos saca de esa zona de confort impostada, nos aferramos a él como si fuera la última oportunidad de vivir la verdadera vida que merecemos.

Una aventura refrescante

John (Luke Stanton Eddy) es un contador bancario cuya vida es una repetición milimétrica: ejercicios, medicinas, afeitada, traje y oficina. Allí debe soportar las amenazas de su jefe Francis (Dean Testerman), que lo presiona constantemente. Un día todo se le derrumba: le llevan el auto por mal estacionado, pierde la billetera en un taxi y la policía lo detiene por no tener documentos. Un verdadero “día de furia”, que recuerda al episodio Bombita de Relatos salvajes (2014) de Damián Szifron.

Pero la mala racha da un giro inesperado cuando, en el metro, cruza miradas con la enigmática June (Matilda Price). Ese instante se convierte en el golpe que quiebra su rutina y lo lleva a un loca e inolvidable aventura.

A partir de allí,  June y John se transforma en una fuga vital: roban el banco donde trabaja John, se meten en una casa vacía, se tiran en paracaídas y son perseguidos por la policía. Una serie de episodios que convierten la película en una especie de Thelma y Louise (1991) generacional, donde la adrenalina y la libertad se mezclan con el absurdo y la ternura.

La película me resultó refrescante por todo lo que se permite hacer, por esa libertad narrativa que no teme pasar del romance al crimen, de la risa al vértigo, del gesto íntimo a la acción desbordada.

Un desborde de emociones

En medio de esa espiral, los protagonistas deciden casarse. Lo hacen de la manera más insólita y tierna: con dos testigos improvisados que encuentran en la calle, una mujer desconocida y un vagabundo. Ese casamiento exprés refuerza la idea de que la vida puede celebrarse sin protocolos, sin tiempos impuestos, como un acto espontáneo de amor y rebeldía.

June y John

Otro de los aspectos más locos del filme está en la propia percepción de June: ella cree que va a morir en 24 horas porque unos cangrejos se le metieron en la boca cuando se quedó dormida en la playa, y que ahora se están reproduciendo en su interior y la están matando. Esa idea delirante, mezcla de metáfora y psicosis, evidencia su estado mental alterado y le imprime a la historia un trasfondo trágico que convive con la ligereza de la aventura y arrastra a John hacia un vértigo emocional, un abismo donde la pasión se confunde con la perdición.

Ecos de Algo salvaje

La película remite inevitablemente a Algo salvaje (Something Wild, 1986) de Jonathan Demme, otro relato sobre un hombre atrapado en la monotonía que, de pronto, es arrastrado a una aventura transformadora.

En la película de Demme, Charlie Driggs (Jeff Daniels) conoce a Lulu/Audrey (Melanie Griffith), una mujer irreverente que lo arranca de su gris vida corporativa. En June y John, la chispa es esa mirada en el tren, un gesto mínimo pero capaz de abrir un universo de posibilidades.

Ambos filmes parten de un encuentro casual que se convierte en viaje iniciático, donde el deseo, el riesgo y la ruptura de la normalidad funcionan como motores. La diferencia es que Demme lleva a su historia hacia un territorio más oscuro, con la amenaza del violento Ray (Ray Liotta), mientras que Besson se concentra en la intimidad de dos jóvenes que buscan escapar del piloto automático, incluso si eso significa lanzarse a lo imposible.

June y John

La fuerza de June y John está en su sencillez: fue rodada durante el confinamiento con un equipo reducido y teléfonos iPhone. Esto le da una inmediatez y frescura poco habituales en la filmografía de Besson. Esa limitación técnica potencia el mensaje: lo esencial no está en la producción grandilocuente, sino en la urgencia de vivir.

El filme transmite la sensación de que la vida no espera. Nos recuerda que cada día es una oportunidad para romper con lo establecido y buscar aquello que nos apasiona. No se trata de grandes gestos, sino de pequeñas decisiones que nos acercan a una existencia más auténtica.

Conclusión

June y John me emocionó y por eso la celebro. Me hizo pensar en cuántas veces dejamos pasar los días sin cuestionarnos si estamos realmente viviendo como queremos. ¿Cuántas veces postergamos deseos por miedo, por comodidad o por costumbre?

Me demostró que no hace falta esperar un gran cambio para empezar a vivir distinto. A veces basta con animarse a decir que sí, a tomar una decisión que nos saque del piloto automático a pesar de parezca una locura.

June y John

También me motivó a reflexionar sobre mis rutinas, mis elecciones diarias, mis postergaciones. Porque, como decía Demme en los ochenta y repite Besson hoy, basta con un gesto mínimo —un encuentro, una mirada, un salto al vacío— para que lo cotidiano se vuelva totalmente salvaje.

Disponible: Prime Video

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