Beau Is Afraid: Absurdo, locura y psicosis
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Bienvenidxs a una nueva nota de Revista Sincericidio. Ari Aster subió rapidísimo a la cima de los directores estadounidenses más prometedores, después de una serie de cortometrajes y dos largometrajes. El diamante más preciado de A24 usó, de alguna manera, esa autoridad para llevar a cabo un proyecto más personal después de la fascinante Midsommar. Beau Is Afraid es, incluso, más loca de lo que imaginábamos.
Los traumas como refugio espiritual y catártico
Ari Aster nos dejó estupefactos con ese final tan liberador de Midsommar, culminando en una especie de pesadilla luminosa. Ese fue todo el proyecto de Ari Aster. En este caso, la comunidad de un culto pagano. Casi cuatro años después, Aster parece haber madurado su cine de alguna manera y se comprometió a adaptar su cortometraje Beau y llevarlo hacia una película que mixtura el psicoanálisis con la autoficción (la película comienza con el plano subjetivo de un bebé recién nacido a punto de ver el mundo por primera vez).
El comienzo de la caída
Encontramos a Beau, un formidable Joaquin Phoenix acurrucado en su departamento en una ciudad sin ley, donde todas las formas de justicia social parecen haber sido sofocadas a fuerza de sangre. No es nuestro mundo, lo sabemos, pero su violencia y su imaginario enfermizo tienden a darnos un espejo distorsionado de nuestra realidad. La empatía que sentimos por Beau es inmediata, ya que tenemos la sensación de que sigue siendo la única anomalía, una feliz anomalía en un mundo súper loco.
Su único objetivo es encontrar a su mamá, pero todo parece conspirar en su contra. Como en sus anteriores películas, Aster utiliza su narración como elemento integrador del encuadre y de la imagen. El director juega con el espectador, diseminando pistas por todos lados y comenta lo que es, lo que ha sido y lo que será. Todo confiere una sensación de inevitabilidad, enriquecida indudablemente por la fluctuación de géneros superpuestos.

Las oscuras profundidades de la conciencia
El penúltimo segmento es el más interesante para mí. Beau asiste a una obra que revela con el paso del tiempo las tendencias ocultas, las inclinaciones no reconocidas, las aspiraciones, las esperanzas y los sueños incumplidos que Beau se esforzó por vaciar durante toda su vida. Aster acá desliza una mirada sobre la superficie de estos seres, para captar mejor esos momentos de emociones rotas.
Como en un último suspiro épico ante una muerte anunciada, Aster se divierte empujando los límites de su cine lo más lejos posible, en un último acto más que delirante. El director nos regala una obra inclasificable, que lleva al género del terror elevado a terrenos nunca antes vistos en el cine contemporáneo, donde Beau pasa a ser el avatar de una persona habitada por la angustia, virtud propia de todo artista, deambulando en un país de las maravillas.

Su grandioso final, triste, resume bastante bien toda la locura, la psicosis y el absurdo de este viaje emprendido por Beau durante casi tres horas.