De Brujas, Magos y Poder: Una lectura argentina entre “Wicked” y “El Mago de Oz”
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Introducción
En 1939, Dorothy Gale pisó Oz buscando un héroe, pero encontró un farsante. Medio siglo después, Gregory Maguire nos reveló que la verdadera villana de aquel mundo de fantasía nunca fue la Bruja Verde, sino un sistema que convierte la rebeldía en monstruosidad. Wicked (1995), precuela de El Mago de Oz, desentraña cómo el poder fabrica chivos expiatorios para ocultar sus propias miserias. Esta no es solo una historia de brujas voladoras y zapatos de rubí: es un espejo de la política argentina, donde figuras (casi siempre mujeres) han sido quemadas en efigie por medios y adversarios. ¿Qué une a Elphaba, la Bruja Verde, con líderes latinoamericanos estigmatizados? La respuesta está en el manual del poder: si no puedes silenciar a quien te desafía, conviértela en bruja.
Por Juan Cruz Matar

El Mago de Oz: La farsa detrás de la cortina
La película clásica de 1939 termina con un mensaje reconfortante: el poder es una ilusión, y la verdadera magia está en casa. Pero detrás de esa moraleja se esconde una trampa. Al desenmascarar al Mago, Dorothy no derriba el sistema; solo revela que el emperador está desnudo. El régimen de Oz sigue intacto: los monos alados obedecen, los soldados marchan, y la Ciudad Esmeralda mantiene su brillo artificial.
El Mago no es un tirano, sino un showman. Su teatro de humo y espejos refleja la estrategia de las élites que, ante las crisis, montan espectáculos para desviar la atención. ¿Acaso no es esto lo que ocurre cuando los gobiernos inflan enemigos externos (“¡Cuidado con la inflación!”, “¡La corrupción nos ahoga!”) mientras firman acuerdos con los mismos poderes de siempre? El camino de ladrillos amarillos —ese sueño de progreso— termina en un trono vacío, pero nadie cuestiona por qué el camino existe en primer lugar.
Wicked: La rebeldía que el poder pintó de verde
Elphaba Thropp, la futura Bruja Verde, nació con la piel color esmeralda. En Oz, el color verde no es un tono: es un estigma. Cuando decide defender a los animales —silenciados por el Mago—, el régimen la convierte en el rostro de la maldad. Los monos parlantes, antes sus aliados, terminan esparciendo rumores; Glinda, su amiga, se pliega al relato oficial y la llama “mala” para salvarse. Hasta su sombrero puntiagudo es una caricatura mediática: un símbolo fácil para vender tapas sensacionalistas.


Wicked nos recuerda que las brujas no nacen: se fabrican. Elphaba es la disidencia convertida en monstruo por un sistema que no tolera preguntas. Su crimen no es volar en escoba, sino desafiar al Mago que controla las narrativas. ¿Suena familiar? En Argentina, Cristina Fernández de Kirchner no necesitó una escoba para ser quemada. Basta recordar la tapa de Revista Gente en 2022, donde apareció colgada de una horca, o los memes que la dibujan como una arpía con uñas largas. El mensaje es claro: la bruja debe arder para que Oz siga brillando.
Política , Elphaba y el manual del linchamiento
Viajemos al 2015, un juez argentino acusó a Cristina Fernández de un crimen imposible: ser “autora intelectual” de un atentado. No había pruebas, pero el título bastó. Como Elphaba, a quien Oz culpó de secuestrar niños sin evidencia, la ex presidenta fue condenada por relato, no por hechos. Los medios amplificaron el juicio: cada titular era un leño más en la hoguera.
El paralelo es brutal:
- Elphaba defiende a los animales → La tildan de “anarquista”.
- Cristina impulsa políticas sociales → La acusan de “populista”.
- El Mago inventa enemigos → Los grandes medios clavan estacas.
El sistema no necesita vencer a sus críticos; basta con que el pueblo tema su sombra. Glinda, la “bruja buena” de Oz, encarna esta complicidad: en el musical y la película Wicked, canta “For Good” mientras permite que Elphaba sea linchada.
El pueblo como Dorothy: Entre la ilusión y la rebelión
Dorothy, la niña de Kansas, es la ciudadanía despolitizada: cree en el Mago hasta que ve tras la cortina. Pero incluso después de descubrir la farsa, su solución es volver a casa, no cambiar Oz.
El verdadero peligro para el sistema no es Dorothy, sino aquellas que, como Elphaba, se niegan a callar. Cristina, Eva Perón, Hebe de Bonafini: mujeres que el poder pintó de grotescas para ocultar su propia vileza. Como dijo el filósofo Byung-Chul Han: “El escarnio público no busca justicia, sino afirmar quién tiene derecho a narrar la historia”.

Conclusión: ¿Quién teme a la bruja política?
En Wicked, Elphaba no muere: huye para seguir luchando. En Argentina, las “brujas” tampoco desaparecen. Cristina sigue en la arena pública; las Madres de Plaza de Mayo siguen marchando. El sistema las quema, pero no entiende que las cenizas fertilizan nuevos rebeldes.
La próxima vez que un medio hable de “brujas”, recordemos al Mago: ese hombrecillo que, tras la cortina, necesita enemigos falsos para que no veamos sus manos vacías. Porque, como canta Elphaba: “Nadie llora por los malvados… ni siquiera si la malvada eras tú”.
Caja de contexto para revistas internacionales:
- Revista Gente: Publicación argentina de actualidad, históricamente crítica hacia el peronismo.
- Cristina Fernández de Kirchner: Expresidenta (2007-2015) y actual vicepresidenta de Argentina, figura polarizante acusada de corrupción (procesos judiciales aún en debate).
- Hebe de Bonafini: Líder de Madres de Plaza de Mayo, asociada a la lucha por derechos humanos durante la última dictadura argentina (1976-1983).
Las brujas no son las que vuelan: son las que nos enseñan a mirar tras la cortina. Y en un país donde el poder siempre tuvo dueño, quizás hacer preguntas sea el hechizo más subversivo.