Cazador de demonios: No es un trabajo, es una condena
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Bienvenidxs a una nueva nota de Revista Sincericidio. Cazador de demonios (The Bondsman), serie de televisión estadounidense de acción y terror creada por Grainger David para Prime Video, consta de ocho episodios de media hora. Kevin Bacon y Jason Blum son productores ejecutivos. La fotografía fue de David Daniel y Eliot Rockett, la música de Tyler Bates. La filmación se realizó en Grantville, Georgia, en abril de 2024.
Por Daniel López Pacha
Protagonistas
Kevin Bacon (Hub Halloran), Jennifer Nettles (Maryanne Dice), Beth Grant (Kitty Halloran), Damon Herriman (Lucky Callahan), Maxwell Jenkins (Cade Halloran), Jolene Purdy (Midge Kusatsu).
Sinopsis
En el olvidado y reseco pueblo de Landry, Georgia vive Hub Halloran, un ex músico con dedos oxidados por el desencanto y mirada endurecida por los años. Se gana la vida como cazarrecompensas, aunque en realidad solo persigue los fantasmas de un pasado que no sabe enterrar. Arrastra culpas, heridas abiertas y un matrimonio que se deshizo entre whisky y silencios.
Una noche, el destino le pasa la factura: emboscado por los matones del nuevo amante de su ex esposa, Hub muere. Pero no descansa. Despierta en el infierno, sin gloria ni redención, condenado… hasta que una figura con sonrisa de azufre le ofrece un trato. El mismísimo Diablo le encomienda una tarea: regresar al mundo de los vivos para cazar a los demonios que escaparon del presidio infernal y ahora siembran caos entre los mortales. A cambio, le promete algo más que la salvación.
Un antihéroe con alma
Si algo deja claro Cazador de demonios desde su primer episodio, es que Kevin Bacon es el ancla emocional y narrativa de toda la serie. Su interpretación de Hub Halloran —una mezcla amarga de ironía, culpa y determinación— le da cuerpo a un personaje que podría haber caído fácilmente en el cliché, pero que aquí resulta intrigante y conmovedor.

Con cigarro en mano, mirada de derrota y gestos cansados, Halloran representa al típico tipo roto que aún tiene esperanzas de redención. Es egoísta, sarcástico, e incluso desagradable por momentos, pero también muestra una humanidad que lo vuelve imposible de ignorar. Bacon logra ese raro equilibrio que hace que, aunque no simpaticemos del todo con Hub, queramos seguirlo igual.
El actor se mueve con soltura entre registros: en una escena lo vemos enfrentando demonios con una motosierra, y en la siguiente, abriéndose emocionalmente frente a su hijo Cade o a su exesposa Maryanne. Incluso cuando el guion tambalea, Bacon se mantiene firme, como una brújula que señala siempre hacia la autenticidad.
Entre lo familiar y lo monstruoso
La estructura de la serie recuerda a Supernatural, pero con una vuelta de tuerca: en lugar de cazadores de linaje heroico como los hermanos Winchester, tenemos a un resucitado que arrastra más errores que virtudes. En cada episodio, Halloran enfrenta una criatura grotesca y peligrosa mientras intenta, en paralelo, reparar los vínculos emocionales que ha destruido con el tiempo.
Lo interesante es que el guion no se limita a repetir fórmulas. Hay un intento de revisar las creencias judeocristianas desde una perspectiva mitológica, con un tono que alterna entre el cinismo y la sátira. La serie no le teme al absurdo, ni a reírse de sí misma, y ese atrevimiento le da un sabor distinto a un terreno narrativo ya muy transitado.

Grainger David, el creador, se las ingenia para balancear la caza de monstruos con una línea argumental más íntima sobre la culpa, la redención y los intentos de reconstruir una familia rota. La narrativa no apura sus clímax emocionales, pero administra bien el ritmo, dosificando momentos de acción, introspección y humor negro.
Entre lo visceral y lo ridículo
La dirección apuesta por una estética sucia, hiperestilizada y, por momentos, desconcertante. En un pasaje brillante, una cámara pegada al cuerpo de Bacon transmite la ansiedad de su personaje en tiempo real, mientras que otros momentos usan planos inusuales para generar una sensación de extrañamiento constante. Es un trabajo visualmente arriesgado, que muchas veces da resultado.
En cuanto a la violencia, Cazador de demonios no se guarda nada. Cabezas que explotan, extremidades cercenadas, litros de sangre y monstruos con fisonomías repugnantes se despliegan sin pudor. Cuando los efectos prácticos están al mando, la experiencia es cruda y efectiva. Pero cuando entra en juego el CGI, la calidad fluctúa peligrosamente: algunos diseños rozan lo amateur, y rompen con la inmersión que tanto se esfuerza por construir.

Esa inestabilidad visual le juega en contra, sobre todo en una serie que requiere una suspensión del escepticismo casi constante. Sin embargo, cuando logra mantener su tono bizarro y su propuesta visual coherente, la serie brilla por su descaro y creatividad.
Humor ácido, drama disparejo
Cazador de demonios es plenamente consciente de su excentricidad. Es una serie camp, exagerada, con momentos deliciosamente ridículos y otros que buscan una emotividad sincera, aunque no siempre lo logran. El principal problema aparece cuando intenta ser ambas cosas al mismo tiempo: la mezcla de drama familiar con humor grotesco a veces diluye el impacto emocional.
Por ejemplo, las escenas que exploran el trauma de Halloran o su deseo de reconectar con su hijo se ven interrumpidas por diálogos absurdos o situaciones caricaturescas que arruinan la tensión dramática. No es que el absurdo esté mal —de hecho, cuando la serie lo abraza sin culpa, como en la escena donde Hub fuma y el humo sale por un agujero en su garganta, el resultado es fascinante—, pero esa energía no siempre se mantiene.

La sensación es que la serie todavía está encontrando su tono. Quiere ser muchas cosas a la vez: una comedia negra, un drama existencial, una historia de redención y una galería de horrores. Y aunque en algunos momentos todo se alinea, en otros se resiente la falta de foco.
Personajes secundarios con chispa (y algunos sin desarrollo)
El elenco de apoyo aporta matices interesantes. Beth Grant se destaca como Kitty, la madre fanática religiosa de Hub, ofreciendo una mezcla perfecta de dureza, sarcasmo y compasión. Jolene Purdy también sorprende como Midge, la jefa de Halloran en la empresa que camufla el trabajo infernal: su episodio centrado es uno de los mejores de la temporada.
Sin embargo, no todos los personajes están igual de bien trabajados. Damon Herriman interpreta a Lucky, un antagonista con potencial que termina reducido a un alivio cómico involuntario. Su obsesión con el béisbol y su acento forzado lo vuelven más un chiste que una amenaza real, lo cual les quita peso a los conflictos centrales.
La serie se siente más cómoda cuando explora a sus personajes desde el costado absurdo o marginal, y menos efectiva cuando intenta construir villanos formales. Le sienta mejor el caos que la estructura clásica de héroe contra enemigo.

Conclusión
Cazador de demonios es una propuesta dispareja, pero con corazón. Oscila entre lo grotesco y lo tierno, entre lo ridículo y lo sincero. Y aunque no siempre logra mantener el equilibrio, cuando acierta, ofrece escenas memorables, humor corrosivo y personajes que se quedan en la retina.
Kevin Bacon es el motor que la sostiene: sin él, tal vez todo colapsaría. Pero su entrega le da profundidad a un mundo repleto de criaturas imposibles y relaciones rotas. Con una estructura episódica dinámica y una estética que no le teme al exceso, la serie entretiene, sorprende y deja con ganas de más.
Si el infierno es la repetición sin sentido, Cazador de demonios se salva justo por lo contrario: por querer probar cosas nuevas, por jugar con los límites del género y por no tomarse demasiado en serio. A veces eso alcanza. Y en este caso, definitivamente sí.
Disponible: Prime Video