Esperando La Carroza: 40 años después
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Bienvenidxs a una nueva nota de Revista Sincericidio. Un 6 de mayo de 1985, una familia disfuncional, una casa desbordada por los gritos, un velorio sin muerto y una abuela indomable irrumpían en el cine argentino con una energía que, cuatro décadas después, sigue sin apagarse. Esperando la carroza, dirigida por Alejandro Doria y basada en la obra teatral homónima de Jacobo Langsner, no fue un éxito inmediato, pero con el tiempo se transformó en un fenómeno popular, una mina inagotable de frases memorables y un espejo exagerado –pero certero– del grotesco familiar rioplatense.
Por Daniel López Pacha
A cuatro décadas de su lanzamiento, la película se mantiene viva en la memoria colectiva. No solo por su humor negro y su galería de personajes inolvidables, sino porque logró capturar con una precisión quirúrgica la tensión social, económica y emocional de una época convulsionada. En plena postdictadura, cuando la Argentina recién comenzaba a debatirse en la democracia, Esperando la carroza puso en pantalla un país desbordado, histérico, desorganizado, pero también profundamente humano.
El grotesco como radiografía nacional
El mayor acierto de Esperando la carroza fue su apuesta por el grotesco criollo, ese género que mezcla risa y desesperación, caricatura y verdad. Inspirada en el teatro de principios del siglo XX, pero aggiornada a la realidad ochentosa, la película eleva a niveles insospechados las miserias y mezquindades familiares. Cada personaje – desde la sufrida Elvira hasta el cínico Jorge, pasando por la inolvidable Mamá Cora – es un estereotipo llevado al extremo, pero con una carga de realismo que golpea tan fuerte como hace reír.

Ese equilibrio entre comedia y tragedia no es casual. Langsner, escritor rumano nacionalizado uruguayo, supo desde la dramaturgia cómo utilizar el humor para denunciar el abandono de los mayores, la hipocresía familiar y la fragilidad del sistema de valores. Doria, por su parte, aportó una mirada cinematográfica precisa, con encuadres caóticos, una edición nerviosa y un ritmo que refleja el vértigo emocional de una familia al borde del colapso.
Una película de culto forjada en la repetición
Pese a su tibio recibimiento inicial, Esperando la carroza encontró su lugar en la televisión, el cable y las redes sociales. Fue allí donde se transformó en un clásico indiscutido, recitada de memoria por generaciones que jamás la vieron en el cine. Frases como “¡Tres empanadas!”, “Yo hago puchero, ella hace puchero” o “¡Que una familia decente no se roba los novios!” se convirtieron en parte del habla cotidiana, símbolo de una cultura popular que abraza el ridículo para sobrevivir.
La repetición no desgastó a la película, sino que la fortaleció. Cada nueva mirada revela matices que antes pasaban desapercibidos: la opresión del mandato materno, la carga de género sobre las mujeres, la crueldad disfrazada de afecto, la imposibilidad de envejecer con dignidad en una sociedad que se olvida de sus viejos. Esperando la carroza no es solo una comedia: es un ensayo social disfrazado de sainete.

Un elenco irrepetible y un guion sin fecha de vencimiento
El elenco de Esperando la carroza es, probablemente, uno de los más sólidos y talentosos que haya dado el cine argentino. Antonio Gasalla, encarnando a Mamá Cora, creó un personaje que trasciende el travestismo y se instala como figura mítica del cine nacional. Pero también brillan China Zorrilla, Luis Brandoni, Julio De Grazia, Betiana Blum, Mónica Villa y Juan Manuel Tenuta, entre otros. Todos entregan actuaciones que bordean la farsa sin perder humanidad.
El guion de Langsner no envejece. Aunque el contexto haya cambiado, los conflictos familiares, la lucha por el poder dentro del hogar, el desprecio disimulado hacia los mayores y la necesidad de aparentar frente al resto siguen más vigentes que nunca. En un mundo donde la velocidad digital nos anestesia, Esperando la carroza nos sacude con su histeria analógica, su griterío honesto y su desparpajo emocional.
Conclusión
A 40 años de su estreno, Esperando la carroza no necesita homenajes oficiales ni reediciones remasterizadas. Vive en los memes, en las cenas familiares, en los grupos de WhatsApp, en cada vez que alguien, entre el fastidio y la risa, dice: “¡Qué país!”.

No es solo una película: es una forma de entendernos. Como todo clásico verdadero, Esperando la carroza no pertenece al pasado. Nos sigue esperando a todos en esa casa imposible, con olor a puchero y gritos de fondo, para recordarnos que, incluso en el absurdo más desesperante, sigue habiendo lugar para la risa.
Disponible: Reestreno en cines