El devorador de almas: Pueblo chico, infierno grande
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Bienvenidxs a una nueva nota de Revista Sincericidio. Los directores franceses Julien Maury y Alexandre Bustillo, responsables de filmes como Al interior (2007) y Livide (2011), regresan con El devorador de almas (2024) un filme que se aleja del cine que nos tienen acostumbrados para adentrase en una historia más cercana al thriller policial al estilo de Seven.
Por César Arturo Humberto Heil
La película es una adaptación de la novela del mismo nombre del escritor Alexis Laipsker y cuenta la historia de una serie de desapariciones de niños en el remoto pueblo francés de Roquenoir y sus alrededores. Hasta allí llega Franck de Rolan (Paul Hamy), un supuesto detective de la policía nacional francesa, para investigar esas misteriosas desapariciones.
En el camino se cruza con la detective Elizabeth Guardiano (Virginie Ledoyen) quien está investigando la violenta muerte del matrimonio Vasseur y en donde el único sobreviviente es el hijo menor Evan (Cameron Bain) el cual queda al cuidado de la psiquiatra Carole Marbas (Sandrine Bonnaire). Ambas muertes se verán conectadas y Guardiano y de Roland deberán trabajar juntos a pesar de sus diferencias.
Un comienzo prometedor
Los primeros minutos de El devorador de almas son sumamente prometedores. Las distintas muertes que se van sucediendo en el seno de familias tradicionales sin una aparente causa, todo indica que se mataron entre ellos, es inquietante y plantea en el espectador la necesidad de querer saber qué es lo que realmente les ha sucedido a esas personas.
Cuando en el interrogatorio Evan menciona como responsable al Devorador de almas, un ser mitológico local que habita en los bosques circundantes, y cuyo aspecto es similar al Wendigo norteamericano, la situación se empieza a cubrir de un halo sobrenatural.
A todo esto, hay que sumarle la misteriosa caída de una avioneta en las zonas boscosas. La policía no tiene datos que puedan dilucidar a quien pertenece ni su procedencia. ¿Estará es hecho aparentemente aislado relacionado con las muertes y las desapariciones de los niños?

Un policial encuadrado en el “polar francés”
El devorador de almas es un filme que se encuadra dentro del polar francés, un subgénero literario y cinematográfico que ha ganado popularidad en Francia desde mediados del siglo XX. El término polar proviene de la novela policíaca francesa. Se popularizó en Francia a partir de las décadas de 1940 y 1950, con autores como Georges Simenon y su famoso personaje Maigret.
En el cine, el polar se consolidó en la década de 1960, con películas icónicas como El Samurái de Jean-Pierre Melville. Estos filmes a menudo presentan una estética estilizada y una narrativa que desafía las convenciones tradicionales.
Las historias de polar suelen desarrollarse en ambientes urbanos, a menudo reflejando la vida en ciudades como París u otras. Esto contribuye a crear una atmósfera particular y un sentido de pertenencia del lugar en donde sucede la trama.
Sus personajes suelen ser complejos y a menudo son detectives, criminales o personas atrapadas en situaciones difíciles. Estos personajes generalmente tienen un trasfondo complicado y enfrentan dilemas morales. En este caso, la detective Guardiano carga con el suicidio de su hija adolescente y Franck de Roland, oculta algo que lo perturba y que lo torna una persona irascible. Será recién sobre el final que descubriremos que es lo que realmente lo atormenta.

El polar tiende a tener un tono sombrío y realista, a menudo explorando temas como la corrupción, la violencia y la alienación social. Esto se debe a la importante influencia del cine negro estadounidense, incorporando elementos como narrativas no lineales, los giros inesperados y una estética visual distintiva.
Hacia un camino de oscuridad
A medida que avanza la trama, la historia va tomando algunos caminos inesperados que derivan en terrenos fangosos que conducen a territorios oscuros y peligrosos en donde habita la maldad humana. En sus últimos minutos las cosas se tiñen de una profunda oscuridad en donde la moral, la razón y el amor no tienen cabida y solo hay lugar para el espanto. La verdad de toda esta concatenación de hechos, en principio aleatorios, es mucho más terrorífica que la idea de una criatura del folclore local llevándose las almas de los niños.
Guardiano y de Roland serán testigos de una espeluznante revelación que los llevará a ambos, pero especialmente a Franck, a un punto límite en donde controlar los impulsos y refrenar la ira contenida no le será nada sencillo.

El final es tan devastador como el descubrimiento de la verdad, pues tanto de Roland como Guardiano son los verdaderos perdedores de esta historia. La frase final de Franck en respuesta a la pregunta de Guardiano sobre quien es, es demoledora y deja en claro que aquí no hay ganadores.
Conclusión
Sin ser perfecto, El devorador de almas es un filme que a pesar de algunos altibajos en su narrativa que hacen que la tensión se diluya se puede disfrutar. Quizá su mayor problema esté en el elemento sobrenatural, encarnado en la figura del devorador de almas, aspecto más que interesante pero poco aprovechado.
La ambigüedad sobre si la amenaza es real o fruto de la superstición de los pobladores le añade cierta intriga que el filme nunca termina por profundizar. El mítico personaje funciona entonces como una metáfora de los abusos a menores y no como un personaje integrado a la trama.
El devorador de almas es un interesante ejercicio de estilo que tiene en su ejecución irregular y el uso del tema sobrenatural sus puntos más débiles.

Los directores se alejan de su estilo más gore para presentar un intenso thriller que coquetea con lo sobrenatural, pero que no logra llegar a impactar en el espectador como debiera. Quizá sea un defecto de la novela o un problema en la adaptación, no lo sé.
Bustillo y Maury plasman la crudeza del inhóspito paisaje y sus alrededores con verdadera maestría, haciendo que los escenarios se vean realmente perturbadores. Apoyados en una estupenda fotografía a cargo de Simón Roca que, con tonos fríos y apagados refuerza esa sensación constante de que en las profundidades de Roquenoir se esconde un verdadero infierno.