Dept. Q: Un misterio bien armado
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Bienvenidxs a una nueva nota de Revista Sincericidio. Dept. Q, serie de televisión escocesa de suspenso y crimen de nueve capítulos, esta creada por Scott Frank y Chandni Lakhani, basada en la serie de libros del escritor danés Jussi Adler-Olsen. Dirigida por Scott Frank y Elisa Amoruso, con guion de Scott Frank y Chandni Lakhani, con fotografía de David Ungaro y David Higgs, la música de Carlos Rafael Rivera, la edición de Michelle Tesoro. La filmación tuvo lugar en Edimburgo entre febrero y junio de 2024.
Por Daniel López Pacha
Reparto
Matthew Goode (detective Carl Morck), Chloe Pirrie (fiscal Merritt Lingard), Jamie Sives (James Hardy, ex compañero de Morck), Mark Bonnar (Stephen Burns), Alexej Manvelov (Akram Salim, policía sirio), Leah Byrne (cadete Rose Dickson), Kate Dickie (oficial Moira Jacobson), Shirley Henderson (Claire Marsh, ama de llaves), Kelly Macdonald (Dra. Rachel Irving), Alison Peebles (Ailsa Jennings).
Sinopsis
Desde las sombras de un oscuro sótano en Edimburgo, el detective Carl Morck dirige una unidad tan singular como efectiva: un equipo de agentes marginados, brillantes a su manera, que han hecho de lo improbable su especialidad. Mientras adapta ese rincón olvidado de la comisaría en una especie de cuartel general improvisado, Morck se obsesiona con un antiguo caso sin resolver, cuyas piezas parecen resistirse a encajar. En ese entorno de luces parpadeantes y archivos polvorientos, cada caso archivado se transforma en un nuevo enigma, y cada miembro del equipo encuentra una razón para seguir adelante.
Un detective en ruinas, pero no destruido
Interpretado con sutileza por Matthew Goode, Carl Morck es un detective que transita el extremo más humano del estereotipo del gruñón solitario. No se entrega a las adicciones ni al nihilismo extremo, pero tampoco se esfuerza por caerle bien a nadie. Su actitud está marcada por el desprecio contenido, la decepción crónica y una falta de empatía que apenas disimula. Sin embargo, no es un personaje completamente cerrado: basta con que detecte un atisbo de talento en alguien para que active, casi a regañadientes, un costado mentor.
Más melancólico que corrosivo, más introspectivo que errático, Morck es un personaje herido que aún no se ha rendido del todo. No hay un gesto de redención evidente, pero sí una voluntad de no desaparecer del todo. Esa tensión lo vuelve intrigante. Y su interacción con los otros miembros del equipo se convierte en una fuente inesperada de humanidad.
Dinámicas frías con chispas de calidez
A diferencia de series como Slow Horses, que abrazan el humor como salvavidas, Dept. Q es seca y contenida. Sin embargo, sus diálogos no carecen de chispa. Hay una tensión cómica discreta, particularmente en los cruces entre Morck e Irving, donde los sarcasmos se disparan como proyectiles con la cadencia exacta. Irving le aporta al conjunto una calidez indispensable, que evita que la atmósfera se vuelva hermética.

También dentro del equipo hay química y gestos de contención. Frank y Lakhani delinean un grupo secundario que, lejos de funcionar como simple decorado, promete tener peso en futuras temporadas. Rose, por ejemplo, es una incorporación encantadora. Con su energía impulsiva y cabello rojo indomable, podría parecer sacada de una historia juvenil, pero su actuación es todo lo contrario: precisa, intuitiva y nada caricaturesca.
Un elenco que respira verdad
Leah Byrne logra con Rose un equilibrio difícil: es enérgica pero nunca sobreactuada. Su cadete quiere demostrar que puede sostener la mirada en un interrogatorio sin desmoronarse, pero también está dispuesta a aprender. En sus escenas con Morck, se percibe ese aprendizaje silencioso, esa fricción que no necesita grandes discursos para sentirse real.
El actor ruso Alexey Manvelov, en el rol de Akram Salim, es posiblemente la pieza más valiosa del reparto. Su personaje, un expolicía sirio relegado a tareas menores en Edimburgo, tiene una carga emocional que Manvelov transmite con economía expresiva y una contención que conmueve. Su presencia da la impresión de que su historia continúa incluso cuando no está en pantalla.

La mirada que lo cambia todo
Akram no solo completa al equipo: lo confronta. Es quien obliga a Morck a mirar más allá de sus rutinas autocomplacientes. Con sus silencios y observaciones puntuales, rompe con el cinismo generalizado. Es el contrapeso perfecto. Su intuición es la brújula moral de la serie, pero nunca se presenta como ejemplo virtuoso. Hay dolor en su historia, cansancio en su cuerpo, pero también una fuerza suave que permite avanzar.
Es en él donde Dept. Q encuentra su “salsa secreta”: una sensibilidad contenida que no teme detenerse en lo esencial. En una televisión repleta de giros impactantes y ruido innecesario, Akram representa la calma y la mirada aguda. Su forma de trabajar permite que las revelaciones lleguen con naturalidad, sin recurrir a trucos de guion que anulen lo anterior.
Un caso enredado con ecos personales
El caso central de esta primera temporada está bien tejido, con múltiples niveles de lectura. Las conexiones emocionales entre la investigación y los protagonistas son evidentes, aunque a veces la estructura se tambalea por un ritmo que se estira más de lo necesario. Al igual que muchas otras adaptaciones, habría funcionado mejor con un episodio menos.

Aunque los misterios se resuelven con eficacia, la resolución de algunos puntos se anticipa demasiado pronto, debilitando la tensión. En lugar de mantener la incógnita, la serie introduce detalles que, si bien escritos, no resisten demasiada reflexión sin abrir grietas en la lógica interna.
Un policial que teje a partir de lo cotidiano
Más que la típica conspiración a gran escala, Dept. Q trabaja con materiales pequeños: rencores personales, negligencias cotidianas, codicia de bajo vuelo. Esas miserias íntimas dan forma al rompecabezas. Cada pista, cada giro, tiene una raíz emocional creíble. Y eso convierte a la serie en algo más que un procedimiento policial: es un retrato de la banalidad del mal.
La serie evita la espectacularidad vacía. No hay villanos con discursos grandilocuentes ni redes criminales imposibles de seguir. Lo que hay son secretos enterrados, decisiones pequeñas con consecuencias grandes, y detectives que deben aprender a mirar distinto para encontrar lo que otros pasaron por alto.

Un mundo vivo y con potencial
El diseño de producción acompaña este tono con eficacia. Las oficinas subterráneas del Dept. Q, con su caos funcional, su iluminación sombría y su mobiliario de otros tiempos, son un personaje más. La puesta en escena ayuda a sostener la atmósfera densa y creíble. Incluso los decorados tienen una textura emocional.
Es cierto que no todo brilla. La subtrama sobre el tiroteo que afecta a Morck es torpe y mal resuelta, con personajes secundarios mal perfilados y sin impacto. Pero eso no opaca lo construido. Hay un mundo, hay personajes sólidos y hay novelas aún por adaptar. El camino está trazado.
Conclusión
Dept. Q no revoluciona el género policial, ni lo intenta. Pero ofrece algo que muchas series olvidan: personajes con alma, relaciones que crecen, y una trama que confía en la inteligencia del espectador. Es más silenciosa que otras propuestas similares, pero también más honesta.

En un panorama saturado de series de detectives, esta apuesta escocesa se hace notar por su humanidad. No grita, pero deja huella. Y si mantiene este tono, puede consolidarse como una de las ficciones más interesantes de su tipo en los próximos años.
Disponible: Netflix